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									11
									de junio de 2013 - 
									
									A 
									sólo una hora de la capital de México, 
									Toluca se ha convertido en un centro 
									industrial de importancia mundial. Allí 
									viven casi un millón de personas y trabajan 
									a plena capacidad cientos de fábricas: BMW, 
									Nestlé, Pfizer, Coca-Cola, Mercedes y muchas 
									otras multinacionales. Y ahí mismo —desde 
									una planta de Chrysler en medio de 100 
									hectáreas de parque— se producen decenas de 
									miles de Fiat 500 destinadas al insaciable 
									mercado estadounidense. 
									 
									
									Toluca. Plaza González Arratia. 
									
									En realidad todos los protagonistas 
									mundiales del mercado de automóviles quieren 
									expandir sus actividades en México, por las 
									exportaciones a los Estados Unidos y Canadá 
									—favorecidas por el Tratado de Libre 
									Comercio TLCAN (Tratado de Libre Comercio de 
									América del Norte)— y para satisfacer la 
									demanda interna de un país que ya cuenta con 
									115 millones de habitantes y es el segundo 
									después de Brasil en el hit parade 
									económico de América Latina. 
									
									Resultado: en abril, la producción mexicana 
									de vehículos creció 15.6 por ciento con 
									respecto al mismo mes del año pasado. Toluca 
									es un excelente ejemplo del milagro que le 
									valió a México el apodo de “Tigre azteca”. 
									En efecto, mientras que los medios de 
									comunicación y la opinión pública en los 
									Estados Unidos (y en otros países) parecen 
									estar distraídos por la violencia de la 
									guerra contra las drogas —que no deja de ser 
									un grave problema y ha provocado 60 mil 
									muertes en seis años, más que las bajas 
									estadounidenses en Vietnam— la economía de 
									México está creciendo a ritmos casi 
									asiáticos: el PIB (producto interno bruto) 
									aumentó el año pasado un 4 por ciento, el 
									ingreso per cápita aumentó en un 59 por 
									ciento desde 2002, y la agencia Fitch acaba 
									de subir la calificación crediticia del 
									país. 
									
									El detonador son, sobre todo, las 
									exportaciones a los Estados Unidos: el año 
									pasado el valor de los intercambios 
									comerciales entre los dos países llegó a 
									cerca de 500 mil millones de dólares. 80 por 
									ciento de las exportaciones mexicanas salen 
									a través de la frontera norte, mientras que 
									las exportaciones de Estados Unidos a México 
									son inferiores solamente a aquellas 
									dirigidas a Canadá y superan el valor total 
									de los que van a Alemania, Francia y Gran 
									Bretaña juntas. 
									Y 
									si hace unos años hubo quienes hablaron de 
									México en Washington como el "nuevo 
									Afganistán", preocupados por la espiral de 
									violencia, ahora la revista Business Week 
									define al país como la "próxima China", ya 
									que se está convirtiendo en el nuevo paraíso 
									para la reubicación de las empresas 
									estadounidenses y tan sólo en los tres 
									primeros meses de este año registró una 
									inversión directa de 5 mil millones de 
									dólares. 
									
									La visita oficial de Barack Obama a la 
									Ciudad de México a principios de mayo le 
									permitió al presidente de los Estados Unidos 
									y a su nuevo colega mexicano Enrique Peña 
									Nieto —electo como candidato del PRI y 
									oficialmente en el puesto a partir del 1° de 
									diciembre de 2012— tomar nota de este cambio 
									económicos para abordar dos cuestiones 
									relacionadas. 
									
									La primera sigue siendo el narcotráfico: los 
									Estados Unidos están satisfechos con la 
									ofensiva en contra de los mercaderes de la 
									muerte lanzada hace seis años por el ex 
									presidente Felipe Calderón, pero también se 
									sienten culpables, o más deberían sentirse, 
									de acuerdo con lo que dicen los mexicanos, 
									que acusan a los vecinos de hacer muy poco 
									para limitar —por un lado— la demanda 
									interna de drogas que alimenta el 
									contrabando y enriquece a los cárteles y 
									—por el otro— la venta de armas, que 
									inevitablemente terminan más allá de la 
									frontera y contribuyen a la masacre. 
									
									La segunda cuestión tiene que ver con la 
									reforma de las leyes de inmigración en el 
									Congreso en Washington. Hoy, las remesas 
									aportan el 2% del PIB mexicano. Pero si los 
									6,5 millones de mexicanos que viven en los 
									Estados Unidos tuviesen la posibilidad de 
									adquirir la nacionalidad de ese país, 
									tendrían derecho a salarios más altos, lo 
									que aumentaría el flujo de dinero hacia 
									México. 
									
									Más allá de las cuestiones bilaterales como 
									las drogas y la inmigración, México también 
									se siente muy vulnerable con respecto al 
									desempeño de la economía estadounidense, 
									debido a la magnitud relativa del 
									intercambio. «Estamos muy preocupados por 
									las señales que nos llegan de las 
									estadísticas oficiales de los Estados 
									Unidos», reconoce Luis Videgaray, Secretario 
									de Hacienda del gobierno federal y cercano 
									colaborador del Presidente Enrique Peña 
									Nieto. «Por un lado —explica— parece que hay 
									buenas perspectivas, por el otro, se 
									mantiene la incertidumbre y por lo tanto nos 
									sentimos preocupados». 
									Y 
									no es casualidad que justo la semana pasada 
									la OCDE haya revisado a la baja sus 
									perspectivas de crecimiento del PIB de 
									México para 2013 que se incrementará en 
									“sólo” 3.4% con respecto al 3.9 de 2012. 
									Para las perspectivas de crecimiento también 
									pesan los problemas endémicos de México, 
									incluyendo la corrupción, la 
									infraestructura, la educación y —obviamente— 
									el narcotráfico. 
									
									El Presidente Peña Nieto lo sabe: y aunque 
									sus enemigos políticos lo acusan desde 
									derecha e izquierda de reproducir el mismo 
									modelo clientelista que su partido (PRI, 
									Partido Revolucionario Institucional) 
									mantuvo durante 71 años, puso en marcha el 
									“Pacto por México”: un plan de 6 años para 
									reactivar la industria del petróleo y 
									aumentar la competencia en el sector de las 
									telecomunicaciones, para combatir la 
									corrupción y mejorar la educación pública. 
									
									¿Será suficiente? La oposición dice que no y 
									también es escéptica acerca de la elección 
									de Peña Nieto de nombrar a Alberto Reyes al 
									frente de la guerra contra el narcotráfico. 
									
									Pero mientras tanto, la economía mexicana 
									sigue adelante, olvidando tanto la crisis 
									del peso de 1995 como los efectos de la 
									crisis de Wall Street de 2008 y 2009. Y 
									México —recuerdan los optimistas pro-estadounidenses— 
									sigue siendo el primer consumidor per cápita 
									en el mundo de Coca Cola. 
									  
									
									(arturo zampaglione / 
									repubblica.it / puntodincontro.mx / adaptación 
									y traducción al 
									español de 
									massimo barzizza)  
									  
									
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