22 de
enero de 2015
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Si alguien
siente que la muerte no está lejos y deja
una nota para sus seres queridos que dice:
«Recuerden: ese día, campanas de fiesta y no
de luto; vestiduras blancas, no moradas. Y
no hablen de mí, sino de la Resurrección».
Si alguien lo hace, y además es la hija de
uno de los mayores creadores de empresas
entre Europa y América del Sur, pero pasa
largas tardes con los campesinos de una
aldea remota en Argentina supervisando la
construcción de sus casas y cuidando a sus
hijos, entonces se trata de alguien
especial. Ya no hay muchas personas así en
las calles. Pero hoy, en Milán, hubo un funeral con campanas de
fiesta: fue el de Anna Rocca de Bonatti, hija
de Agostino Rocca, creador del gigante
industrial Techint, con 22 mil empleados en
todo el mundo.
Pero ella no
será recordada por esto, sino por su vida,
llena de bondad hacia los demás: tanto
oficialmente, a través de fundaciones como
Humanitas (hospitales, centros de
investigación, universidades), como a través
de la acción personal y directa: las
prótesis regaladas para las cirugías
oculares de los niños, en las pampas de
Corrientes; los centenares de personas que
desde antier llaman de México y de Argentina
para recordar “Doña Ana”, como la llamaban
ahí. Los que la conocieron de cerca,
recuerdan —además— otra Anna, madre nunca
indiscreta de 5 hijos (Roberto, Maria,
Elena, Guido y Enrico), enamorada durante
seis décadas como un adolescente de su
esposo Gigi Bonatti, repleta de humor y
auto-ironía: una abuela que a los 60 años de
edad, para las fiestas de los nietos, corrió
a la tienda a comprar trompetas de juguete o
tenedores que se pliegan. Y luego, a veces,
se iba de excursión en los Alpes.
Cada quien recuerda algo de ella en
particular. Tardes de otoño, la pampa detrás
de la “estancia”, la granja argentina. “Doña Ana” le asigna
“Tostada”, la yegua menos briosa del
establo, al invitado que acaba de llegar de
Italia, totalmente inexperto del ambiente
charro. Luego lo sigue en su caballo,
visiblemente preocupada por él. Después de
un
rato, se empieza a trotar. Pero desde una
colina a la derecha sale como torpedo un
ñandú, una pequeña avestruz local. “Tostada”
relincha y luego se detiene y el huésped se
mantiene durante unos segundos colgando de
un espolón, temblando de risa. Y ve a “Doña Ana” también riéndose: es la dulce risa de
una niña.
Desde México, Adalberto Cortesi y Luisa, con
sus hijos y nietos, con gran emoción y
afecto se unen a Roberto, María, Elena,
Guido y Enrico en el recuerdo de Anna, prima
y amiga inolvidable.
(luigi
offeddu /
corriere.it /
/ puntodincontro.mx / adaptación y
traducción al español de
massimo barzizza)
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