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									14
									de mayo de 2013 
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									La gente, con mucha frecuencia, se lamenta: 
									
									«las 
									estaciones no son igual que antes» 
									
									Pero tampoco lo son los apellidos. 
									
									En algún momento —mas específicamente, en 
									tiempos de los romanos— el “apellido” en 
									realidad era un “sobrenombre”. 
									
									La onomástica de la antigua Roma preveía, de 
									hecho, que los nombres típicos consistieran 
									en tres nombres propios (tria nomina) de la 
									siguiente manera: 
									
									1. El praenomen, el nombre personal 
									(el nombre propio, como lo entendemos hoy) 
									
									2. El nomen, equivalente a nuestro 
									apellido (también llamado “nombre 
									patronímico” porque indicaba la gens, o sea, 
									la estirpe de la familia) 
									
									3. El cognomen, originalmente un 
									sobrenombre personal, después se convirtió 
									en un nombre de familia cuando la gens se 
									fraccionó en familiae. Por ejemplo, Marco 
									Tulio Cicerón, el famosos orador y escritor, 
									(de praenomen Marco y de nomen Tullio, o sea, 
									perteneciente a la gens Tullia) tenia el 
									sobrenombre “Cicero”, por las protuberancias 
									en su rostro que asemejaban garbanzos (cicer, 
									en latín). 
									
									 Hoy en día hay más de 300 mil apellidos 
									italianos. Un conteo preciso seria 
									imposible. Con el tiempo, de hecho, algunos 
									se han extinguido y otros han nacido (frecuentemente 
									debido a errores de 
									transcripción de la oficina del registro 
									civil y rara vez por voluntad, aunque la ley 
									lo permita). 
									
									Hay que aclarar que —contrariamente a lo que 
									muchos creen— ninguno de los apellidos 
									italianos deriva de nombres latinos: casi todos son de origen 
									medieval. 
									
									Los primeros siglos de la Edad Media se 
									caracterizaron por el nombre único. Los 
									cristianos usaban 
									solo un nombre —Marco, Tecla, etc.— así como 
									también los germanos que se asentaron en 
									Italia. 
									
									Al inicio del segundo milenio, se 
									sucedieron un conjunto de eventos que 
									condujeron a un elevadísimo número de 
									homónimos: el comercio, el crecimiento de 
									los asentamientos urbanos, el aumento de los 
									fenómenos migratorios, la ampliación 
									del sistema de compra-venta, y, no menos 
									importantes, los legados testamentarios y los 
									donativos en general. 
									
									Como consecuencia, fueron asignados los 
									segundos nombres. 
									
									Estos últimos podían indicar la paternidad o 
									el lugar de origen, la actividad practicada 
									o, -en formas de sobrenombre-, el aspecto 
									físico o la personalidad. Sin embargo, estos 
									“protoapellidos” solo en casos raros se 
									transmitían a los hijos: lo importante era 
									distinguir a un Marco Antonio de otro, más 
									que determinar la relación de parentesco. El 
									resultado, para nosotros, sus descendientes, 
									e que cada “protoapellido” nos revela una 
									historia de vida, indica un oficio, describe una característica 
									típica (por ejemplo, Moro (moreno), 
									Mancini (zurdos), Prodi 
									(valientes)…) o 
									describe toda una vida familiar. Por otro 
									lado, apellidos como Rinato (vuelto a 
									nacer), Rifatto (hecho nuevamente), 
									Ritrovato (reencontrado), Conforti 
									(alivio), Rimedio (remedio), derivan del 
									los nombres dados a los hijos segundos, 
									terceros o cuartos que “reemplazaban” a los 
									hermanitos y hermanitas victimas de la 
									elevada mortalidad infantil. 
									
									Pero, después de varios siglos, podríamos 
									preguntarnos, con base en nuestros apellidos, 
									¿cuales eran los oficios de nuestros 
									antepasados? 
									
									Los apellidos tipo Cacciatori 
									(cazadores), Fabbri y Ferrari 
									(trabajadores del hierro), Fornaciari 
									(panaderos), Macellari (carniceros), 
									Molinari (trabajadores de un molino),
									Pastore (pastor), Pescatori 
									(pescadores), y similares, 
									corresponden a profesiones que todavía 
									estamos en posibilidad de reconocer. 
									
									Sin 
									embargo, en muchos casos, el significado de 
									un apellido se refiere a oficios que ya no 
									existen. Por ejemplo, los Mondadori “limpiaban” (mondare = limpiar hierbas) los campos (o los 
									arrozales) de las malas hierbas, o lavaban la 
									lana y las telas. Los Arcari eran 
									fabricantes de arcos (en la práctica eran 
									carpinteros) o funcionarios que custodiaban 
									el tesoro de la comunidad, localizados en un 
									arca (o mas bien en una caja). 
									 
									
									Las “mondine”, 
									actividad ligada al apellido Mondadori. 
									
									Son 
									interesantes los apellidos Appicciafuochi o 
									Buttafuoco, que están relacionados 
									con quienes, 
									pago de por medio, encendían el fuego en casa 
									de los judíos los sábados (día en que estos 
									últimos tenían prohibido hacer incluso 
									trabajos domésticos). 
									
									Se entiende fácilmente 
									que los Acquaioli eran vendedores ambulantes 
									de agua (o encargados de la irrigación de 
									los campos), mientras — continuando en el 
									ámbito de la actividad agrícola— tal vez no 
									sea tan evidente, a primera vista, qué 
									hacían los Campari (custodios del campo) o 
									los Somerari (los que se dedicaban a los 
									animales de carga). 
									
									Así mismo, es fácil 
									entender que los Finocchiari (de 
									finocchio = hinojo) y/o Cipollari 
									(de cipolla = cebolla), 
									eran vendedores de productos del campo. 
									
									Sin embargo, 
									la onomástica enumera también palabras 
									expresadas en lenguas que generalmente desconocemos. Por 
									ejemplo, en Sicilia, a “barbero” corresponde 
									al apellido Zirafi, de origen griego, o 
									Cangemi, derivado del árabe. También de 
									origen griego son Crisà (orfebre), Zappalà 
									(vendedor de higos), mientras que Abolaffio (farmacéutico) y
									Saccà (vendedor de agua) son de 
									origen árabe.  En muchos otros 
									apellidos sobrevive el dialecto: por ejemplo
									Cravero, 
									Cravario y Chiabrera son todos 
									apellidos, de origen piamontés, para indicar 
									a quienes cuidaban a las cabras y Strazzeri 
									era el vendedor de trapos en dialecto 
									véneto. Además de las 
									profesiones de nuestros antepasados, hay 
									apellidos que revelan sus desplazamientos 
									geográficos como Francese (de 
									Francia), Padovan (de Padua), Todesco 
									(alemán), 
									etc. 
									
									Es notable como los diferentes 
									apellidos italianos se distribuyen a lo largo del 
									territorio de “la bota” de manera bastante 
									irregular. Algunos son típicos de algunas 
									regiones en particular: Ferrero (Piamonte),
									Colombo ( Lombardía), Parodi (Liguria),
									De Gasperi (Trentino), Sanna (Cerdeña). 
									
									En relación a lo anterior, ¿a qué se debe que los 
									apellidos no precisamente autóctonos, como 
									Pisano o Toscano, sean tan 
									difundidos en Sicilia? Se trata de un 
									fenómeno de migración interna… ¡al revés! 
									Las familias italianas del medioevo no 
									buscaban fortuna (como suele decirse) 
									desplazándose del sur al centro-norte. Más 
									bien, dado que Sicilia era unas de las áreas 
									más ricas y productivas de Italia, eran 
									bastante numerosos los grupos familiares que se mudaban 
									hacia el sur de la Toscana o de la costa de 
									Lucca (famosa por estar infestada de 
									malaria) 
									Y 
									así, el difundidísimo apellido lombardo 
									Bergamini recuerda a los vaqueros 
									bergamascos que descendieron de los valles 
									alpinos al Valle del Po y Aquilani a los 
									habitantes de los abruzos que se mudaban a Roma para trabajar 
									en las cañerías. 
									
									De cualquier modo, todos estos atributos 
									familiares se convirtieron en verdaderos 
									apellidos solamente hasta el siglo XV, cuando 
									las familias nobles o burguesas acaudaladas 
									comenzaron a transmitir el segundo nombre 
									como símbolo de estatus, intercalándolo en 
									sus escudos de armas. Pero sólo hasta el 
									siglo XVIII se generalizó el apellido 
									como inmutable y hereditario. En realidad, en algunas regiones se debió 
									esperar a que la institución del Registro 
									Civil, resultado de la unificación de Italia 
									en 1861, 
									sustituyera al registro 
									parroquial. Nacieron así los apellidos 
									“modernos”, derivados del nombre paterno 
									(Giordano, Mariani, Rinaldi, 
									D’Angelo, 
									Vitale, Marchetti, Marini…), de un 
									topónimo (Messina, Milani, Salerno) o de un 
									adjetivo “étnico” 
									
									(Lombardo, Calabrese, 
									Mantovani, Napolitano, Greco,
									Albanese…). 
									
									Otra historia corresponde a los apellidos 
									que indicaban la condición de huérfano. 
									
									Los llamados bastardini (“bastardillos”, 
									hijos de padre siempre legalmente 
									“inexistente” y de 
									madre frecuentemente desconocida) 
									eran puestos bajo la custodia de las 
									llamadas 
									“Obras Pías” u orfanatos. Era licito 
									abandonar a un recién nacido: los padres 
									podían dejar al hijo en las escalinatas de 
									la iglesia del pueblo, o en la puerta 
									giratoria a la entrada del orfanato, llamada 
									“Ruota” (rueda). 
									
									A estos pobres niños les eran 
									otorgados nombres convencionales, con 
									variantes de una ciudad a otra. Era común 
									que se les dieran apellidos de significado religioso, que 
									protegieran al niño, como Diotisalvi 
									(que Dios te salve), Diotaiuti (que 
									Dios te ayude), 
									Servadio (sirviente de Dios), Diotallevi 
									(que Dios te críe), Pregadio (reza a 
									Dios), etc. 
									
									En 
									Nápoles era típico el apellido Esposito (de 
									“expuesto” en la Rueda del orfanato), en 
									Florencia el apellido Innocenti 
									(inocentes) o 
									Degl’Innocenti (de los inocentes), en Milán 
									Colombo —paloma— porque en el 
									emblema del orfanato se encontraba la efigie 
									de una de estas aves. En Roma, a los 
									huérfanos se les decía projetti, 
									nombre del cual deriva uno de los apellidos 
									romanos más comunes: Proietti. 
									
									Después de la unificación de Italia, para 
									los huérfanos se usaron nombres más 
									imaginativos ligados al ambiente como Monti
									(montes), Siepi (arbustos), 
									Ruscelli (arroyos)… sin embargo, en 
									las actas de nacimiento, estos niños eran de todos 
									modos considerados 
									
									“hijos de N.N”. (abreviación 
									de nomen nescio: “no conozco el nombre”). 
									En algunos otros casos, se registraban como
									Trovato (encontrado), 
									Casadei (con referencia a la iglesia, o sea, 
									a la casa de Dios, precisamente donde fueron 
									encontrados) o como Eco (acrónimo de ex coelis obiatus, “donado por el cielo”). 
									
									Para concluir, es interesante enlistar 
									los 10 apellidos mas difundidos en Italia. 
									
									1. Rosso 
									
									2. Russo 
									
									3. Ferrari 
									
									4. Esposito 
									
									5. Bianchi 
									
									6. Romano 
									
									7. Colombo 
									
									8. Ricci 
									
									9. Marino 
									
									10. Greco 
									
									Aunque comunes, estos 
									apellidos cubren únicamente el 2% de la 
									población italiana. 
									  
									  
									
									(claudio bosio / puntodincontro.mx / adaptación 
									de
									
									massimo barzizza /  traducción 
									al español de
									
									joaquín ladrón de guevara) 
									  
									
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