14
de agosto
de 2013
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Los motivos son de dos tipos: biológicos y
psicológicos, y el resultado es solo uno: en
los hombres la dieta tiene más éxito,
adelgazan más fácilmente.
El aspecto biológico tiene que ver
con la velocidad en que los miembros
del sexo fuerte pierden peso: el 10%
en los primeros tres meses. El otro
tiene que ver con que ellos se
caracterizan por una mayor
disciplina y más concentración,
mientras que las mujeres se conceden
más permisos dentro de su protocolo
de alimentación. También influye,
sin embargo, que en el cerebro
femenino la comida activa las áreas
asociadas a las emociones, lo cual
parece explicar sus atracones.
La vida es dura, eso lo sabemos. Pero al
menos si consideramos el acceso y
disponibilidad de la comida, respecto a años
atrás, es menos dura. En los países
occidentales se come de todo, de hecho se
piensa sólo en comer, ya sea slow o
fast. Todo es un: “a donde vamos a
cenar, que cocinamos y qué receta probaremos
hoy” y, al final, llega el día en que te
sientes fatigado, cansado, te miras en el
espejo y ahí la ves: la panza y todo el
resto del cuerpo. En pocas palabras, estás
engordando.
Pero existe un remedio, y de hecho nosotros,
en occidente, astutamente hemos inventado la
dieta. Que parece una cosa muy fácil: diez
días, un poco de actividad y vuelves a
ponerte en forma. Pero no lo es y sabemos
que es una práctica casi virtuosa, muy dura
de llevar a cabo, pierdes peso y ganas de lo
otro: frustración, nerviosismo,
justificaciones y estrés.
Ahora, estudios recientes pusieron en
evidencia una diferencia sustancial,
desafortunadamente no entre las distintas
dietas, sino entre hombres y mujeres que
llevan a cabo una dieta, dice Joel
Wintermantle para el
Wall Street Journal.
Es decir, parece que los hombres no solo
afrontan mejor la dieta sino que pierden
peso más fácilmente, justo para complicar
más el problema de la crisis de los roles
tradicionales (que además era hora de que
comiencen a cambiar).
Si mi pareja y yo nos ponemos a dieta el
mismo día y con el mismo régimen
alimenticio, yo pierdo peso más fácilmente.
¿Los motivos? Algunos biológicos, los
hombres pierden peso más fácilmente. Otros
tienen que ver con una mayor disciplina y
concentración por parte de los hombres,
mientras que las mujeres se concederían más
infracciones, es decir, infracciones al
régimen alimenticio.
Probablemente las dietas son como el amor, a
las mujeres les gusta mucho hablar de dieta
y del peso, así como disfrutan hablando del
amor o discutir sobre sus propios
sufrimientos amorosos. Esto no quiere decir
que ellas no sienten dolor y sufrimiento
verdadero por el peso, pero tienen menos
resistencia a la tentación de la comida o
(quien sabe) del amor. Los hombres
parecerían ser más directos y en última
instancia, más simples. Se dan cuenta que
pueden dejar la comida, de hecho con un poco
de táctica narrativa, empiezan a declarar
que comen poco, una vez al día o tres veces
a la semana y no obstante la restricción
calórica, afirman con mucha seguridad, que
corren cinco kilómetros, que van al gimnasio
y, no conformes con eso, que se sienten
mucho más en forma que cuando tenían 20
años. En pocas palabras, logran parecer más
espirituales y más viriles. En cambio, el
cerebro de las mujeres muestra una
particular activación de las áreas asociadas
a las emociones, es decir, cuando tú dices
comida, las mujeres dicen emociones y es
bien sabido que las emociones son
complicadas.
Son notorios también otros motivos. Uno de
estos tiene que ver con la competencia
masculina. Por ejemplo, yo me puse a dieta
no porque hubiera ganado tres kilos después
de las fiestas decembrinas celebradas en
familia (en el sur) sino porque un colega
—que había ganado también él unos cuántos
kilos creo que por las mismas razones—
decidió inmediatamente ponerse a dieta.
¿Cómo? —me dije— ¿él adelgaza y yo engordo?
No se diga más. Así comenzó una carrera y yo
me lancé a la disciplina alimenticia con
mucho rigor y logré perder peso más
rápidamente que mi competencia. Claro,
sufriendo un poco por las renuncias, pero
¿Quién me quita la satisfacción de escuchar
a mis colegas felicitarme?
Sin embargo, prescindiendo de las
diferencias de géneros, una cosa es verdad:
comer mucho —ya sea slow o fast—
engorda. Ya no trabajamos en los campos y se
necesita muy poco para subir de peso. Un
kilo corresponde a alrededor de 7 mil
calorías, no se necesita nada para
acumularlas, mientras perderlas requiere de
empeño y sacrificio. Como los roles están
cambiando —por suerte y también porque ya no
trabajamos en el campo— se podría hacer una
especie de pacto para sancionar el
mencionado cambio antropológico, porque
todavía seguiremos jugando al hombre y a la
mujer, pero será necesario hacerlo con
distintas reglas, es decir, en partes
iguales.
Por lo tanto podríamos ayudarnos el uno al
otro, para estar bien en salud y volver a
nuestro peso ideal. Comamos menos, comamos
todos y juguemos mejor.
(antonio pascale / corriere.it /
adaptación de
massimo barzizza y traducción al español de
carla acosta)
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