18
de abril
de 2014 -
Se fue Gabriel García Márquez, el escritor
colombiano que acercó millones de personas a
la literatura. Murió a los 87 años de edad
en un hospital de la Ciudad de México,
debido al empeoramiento repentino de un
cuadro de neumonía.
La noticia, aunque en cierta forma esperada
por la prolongación de su precario estado de
salud, fue motivo de luto para millones de
lectores, sobre todo para los muchos hijos
del sesenta y ocho que, justo al inicio del
movimiento, fueron profundamente
influenciados por “Cien años de soledad”,
una novela tan exuberante, libertaria,
exótica, atractiva que llegó a transformar
el lugar imaginario en donde se desarrolla
la historia, Macondo, en un símbolo y
sinónimo de vida alternativa.
Y
sin embargo, “Gabo” —como le llamaban no
sólo sus amigos— fue mucho más que el autor
de un sólo libro, aunque éste haya sido una
obra maestra y más que un clásico monumento
intelectual adornado por un premio Nobel
(que se volvió realidad en 1982).
En otras novelas, de hecho, fue capaz de
cambiar su estilo, conquistando lectores
jóvenes y transformando —como sólo los
grandes lo han logrado— los títulos de sus
libros en lemas e incluso en clichés: “El
otoño del patriarca”, “Crónica de una muerte
anunciada”, “El amor en los tiempos del
cólera”, “El general en su laberinto” son
expresiones que todos, al menos una vez,
hemos llegado a pronunciar, y se siguen
repitiendo en platicas comunes o eruditas,
alusivas o irónicas.
Su vida dio un giro en 1999, cuando le fue
diagnosticado un tumor. Desde ese momento,
la conciencia tener el tiempo contado lo
empujó hacia un estilo diferente, de
memorias, aunque —como de costumbre— marcado
por la ironía. “Memoria de mis putas
tristes”, su última obra narrativa, abarca
desde el título todo lo que Gabo siempre
quiso ser: burlón, contradictorio,
provocador, animado por una idea de justicia
que no excluía ni el partidismo, ni el reto
a cada forma correcta de ser.