13 de septiembre de 2014 -
Como es sabido, para alcanzar la grandeza en
cualquier campo de actividad mental o física
es necesario el resorte de la ambición. Y
esto es cierto para las personas de todas
las edades. En qué consiste la ambición,
cómo se genera y qué la hace crecer, a veces
con tintes malignos, sigue siendo objeto
investigación por los estudiosos de las
ciencias sociales.
Sabemos que la palabra viene del latín “ambitionem”,
que en aquellos tiempos significaba más o
menos ir a la caza de votos. También sabemos
(lo escribió Suetonio) que Julio César no
pudo contener las lágrimas frente a una
estatua de Alejandro Magno en el Templo de
Hércules, pensando que a la edad a la que el
rubio macedonio había conquistado la mitad
del mundo, él había llegado sólo a ser un
simple cónsul elegido por el Senado romano
(pero remedió más tarde).
Por último, sabemos que la ambición altera
la condición humana de forma continua, no
siempre en la dirección correcta, lo que
permite una especie de clasificación de las
distintas categorías de ambiciosos.
Hay una primera categoría que podríamos
llamar Los Creadores: su ambición deriva de
una capacidad, a menudo innata, de innovar,
cambiar las reglas y desafiar tabúes. Los
creadores tienen en común la capacidad de
convertir en obsoleto lo que durante siglos
había sido un paradigma insuperable. No es
difícil enumerar algunos nombres: Albert
Einstein, Sigmund Freud, Alfred Kinsey, Igor
Stravinsky, Mahatma Gandhi, Jonas Salk,
Martin Luther King y Martha Graham.
Comprendidos por pocos al principio de su
proceso transformador, se convierten después
en modelos a imitar por las nuevas
corrientes de pensamiento y acción. Los
Creadores saben hacerse preguntas creativas
antes de formular respuestas igualmente
creativas y estas preguntas son casi siempre
de una enorme simplicidad. ¿Qué es un
aeropuerto? ¿Qué es una banca en los
jardines públicos? ¿Qué son un coche, una
casa, una silla, una calle? Con el afán,
típicamente occidental, de proporcionar
respuestas rápidas, a veces los Creadores
alteran la genética de su ambición,
transformándola en el monstruo de la
soberbia. Esto ocurre cuando caen en las
redes tendidas por los poderosísimos
Transformadores.
Por supuesto, los Transformadores: su
ambición nace de la perseverancia de la
observación y crece en la medida en que
saben convertir en sentido “mercadológico”
ideas propias o, a menudo, generadas por
otros. Toman un producto, una idea, una
persona, un ritmo y, con la ayuda de
técnicas y tecnologías, crean la necesidad
de una nueva infraestructura global.
En un lapso de setenta años, por ejemplo,
los sistemas de comunicación han necesitado
tres infraestructuras completamente nuevas:
la primera se refiere a la transición del
telégrafo al teléfono (¿todavía alguien
envía telegramas?), la segunda es la
transición de la radio a la televisión y la
tercera la revolucionaria introducción de
Internet.
Pertenecen a la categoría de los
Transformadores muchos empresarios y
fundadores de compañías que han alcanzado la
fama todo el mundo. Entre los más recientes,
Steve Jobs (Apple), Howard Schultz (Starbucks),
Anita Roddick (The Body Shop), Jack Welch
(General Electric), Sam Walton (Wal-mart) y
Silvio Berlusconi (¿alguien todavía se
acuerda de Milano 2?).
Luego está la categoría de los
Consolidadores: directivos profesionales,
productores artísticos, curadores de museos,
rectores de universidades, individuos que
por lo general merecen el título de
“líderes” y que básicamente son capaces de
elegir y mezclar personas talentosas para
alcanzar los fines de la empresa. El tamaño
de su ambición es tal que logran incorporar
a su estructura mental los conocimientos más
modernos, incluyendo los más híbridos y
complejos, para convertirlos en estrategias
específicas.
Este proceso a menudo se lleva a cabo
uniendo las tecnologías de la información y
de la comunicación, con el objetivo de
alcanzar una posición relevante en el
mercado. A menudo, el mayor defecto de los
Consolidadores no es la ambición en sí
misma, sino más bien la creación de una
cultura egocentrista que no permite ver (o
escuchar) al mercado. En este caso, los que
pertenecen a esta categoría pierden esos
impulsos creativos que determinaron su
propia existencia profesional.
Sin embargo, la capacidad indiscutible de
los Consolidadores es la de abrir nuevas
vías de investigación, la de crear
destruyendo o, al menos, la de acortar
significativamente el ciclo de vida de su
propia creación para sustituirla por otra,
mejorada en términos de calidad o
eficiencia.
La ambición y el progreso, en el mundo de
los negocios, están íntimamente ligados. A
veces, la combinación degenera (Parmalat,
Enron, empresas contaminantes), pero
esencialmente los que pertenecen a las tres
categorías mencionadas generan
oportunidades, dan lugar a enormes
descubrimientos y abren las puertas para
llegar a nuevas interpretaciones de todo lo
que es aún desconocido. No es poca cosa en
un mundo en el que las palabras y las
promesas parecen ser más importantes que lo
hechos.
(giulio chiesa /
puntodincontro.mx
/ adaptación y traducción al español de massimo barzizza
/ imagen: atelier quici da)
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