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30 de julio de 2014 - El mar es el lugar donde “los sueños se hacen realidad”, un maestro de vida, alimento para los espíritus inquietos y escenario irresistible de la exploración. Valerio Pandolfi, abogado napolitano y entusiasta del buceo, no se conforma con surcar la piel de los océanos para seguir el llamado de las sirenas. Su atracción fatal son las profundidades del abismo en las que va en busca de tiburones, no sólo para admirarlos, sino también para relatar su carácter.

L'oceano dentro, esplorare gli abissi per trovare se stessi” (El océano adentro, explorar las profundidades para encontrarse a sí mismos) es el diario de un viaje de Pandolfi a las cuatro islas mexicanas del archipiélago de Revillagigedo —a unas 250 millas al sur de Cabo San Lucas—, en donde confluyen tres corrientes oceánicas ricas en nutrientes, creando así el ambiente ideal para manta rayas, delfines, ballenas y tiburones. El más común en el archipiélago es el martillo, pero también nadan en estas aguas los temibles punta blanca y tigre. Aquí, entre enero y marzo, transitan cachalotes y orcas, mientras las ballenas jorobadas vienen a dar a luz.

Estas islas son consideradas las “Galápagos de México” por su riqueza y peculiaridad de especies. A diferencia de las islas de Darwin, están deshabitadas y no tienen puerto: son un paraíso para los buzos expertos que llegan con embarcaciones equipadas y guías que los supervisan durante las inmersiones bajo el lema “Mirar sin tocar y, si se trata de mantas, se les permite responder a sus invitaciones”. Y no hay mayor emoción para un submarinista que recibir su llamada.

Las inmersiones se realizan en aguas heladas, a veces turbias, ajunto a volcanes extintos que surgen como rocas alrededor de las cuales, bajo el agua, el mar está repleto de vida. Aquí el océano teje trampas mortales, como las corrientes ascendentes que te chupan, te agitan como un trapo en lavadora y te escupen con desprecio.

El paisaje, lunar y surrealista, de San Benedicto, una de las cuatro islas que conforman el archipiélago, del cual la mayoría del mundo civilizado ignora la existencia. Las otras tres son Socorro, Roca Partida y Clarión (foto de Valerio Pandolfi).

Y es aquí donde el ser humano se pone a prueba retando con calma y autoconciencia la locura de la mente. Se siente miedo, por supuesto, pero también el deseo incontrolable de encontrarse con manta rayas y tiburones. Y no es necesaria la terquedad del cazador que quiere un trofeo a toda costa. La victoria en el desafío requiere de sabiduría para dejar de buscar “presas” y disfrutar simplemente la sensación de «integrarse con el elemento líquido y alcanzar una profunda armonía con el océano».

Tarde o temprano el sueño se hace realidad: llegan los delfines juguetones, aparece la peligrosamente atractiva belleza de los tiburones, cantan las ballenas jorobadas y vuelan ligeras las mantarrayas que realizan el milagro: la invitación a las caricias y la perturbación feliz de una danza espectral que se convierte en poesía.

Roca Partida (Foto de Valerio Pandolfi).

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(irene cabiati / lastampa.it / puntodincontro.mx / adaptación y traducción al español de massimo barzizza)