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22 de mayo de 2014 - ¿El cura más anciano en México? Es Padre Mariano Ambrosini, originario de Arcene, en el norte de Italia, nacido en 1915, pero con el ánimo de un jovencito.

Durante la charla se ríe a menudo y de buena gana. Su memoria es perfecta: recuerda con claridad acontecimientos que se remontan a décadas atrás. Todos los años vuelve al pueblo donde nació: 14 horas de vuelo a pesar de los 99 años que cumplirá en diciembre. Se hospeda en casa de la familia Passera y cuando nos encontramos está jugando a las damas con el nieto de su anfitrión. Ambos están muy concentrados en el juego. Después de unos diez minutos, el religioso obtiene finalmente la victoria.

Ambrosini se coloca los lentes, «¿En qué periódico trabajas?». Respondo, y él se levanta: «Espérame un momento». Después de unos minutos regresa con algunos recortes de periódicos mexicanos que hablan de él. Luego acomoda sobre la mesa unas fotos: «Son de diciembre, en la Catedral de la Ciudad de México con el arzobispo Norberto Rivera Carrera». Padre Mariano relata anécdotas en perfecto italiano a pesar de vivir desde hace 57 años en el DF. «Trabajo más ahora que antes —continúa—, la mañana me despierto a las 5 y celebro tres misas al día».

Damos un salto al pasado y le preguntamos cuándo nació su vocación.

«Nací en la Ca’ d’Arcene, una granja en las afueras del pueblo —el anciano cura señala con el brazo la zona que se encuentra a un kilómetro y medio de distancia— un día, cuando tenía 6 o 7 años, llegó un fraile franciscano a pedir limosna. Me quedé fascinado por su larga barba y el hábito hasta los pies. Creo que mi vocación nació gracias a él».

El pequeño Mariano quiere ser sacerdote. Juega en el granero “a decir misa”: «llamo a mis amigos y celebro repitiendo de memoria las palabras en latín sin conocer su significado. Los obligo también a las procesiones el patio». A los 9 años de edad, decide que ha llegado el momento, después del «no» de los Hermanos Capuchinos («dijeron que era demasiado joven») acude a los dominicanos en la escuela apostólica en via Maglio del Lotto: «Me aceptan, pero hay un problema: me ponen en primero de secundaria secundaria, y yo acababa de terminar el tercer año de primaria... fue un desastre: cero en matemáticas, 4 en italiano y 8 en religión. Me reprueban. Decido volver a intentarlo con los Capuchinos, pero otra vez me dicen que no: “Si fallaste con los dominicanos, con nosotros tampoco hay posibilidades”».

Pero el niño no se da por vencido, a los 12 años conoce a un Pasionista y le dice que quiere ser religioso. Es «el hombre del Señor». Le contesta que tiene que apurarse, porque todavía hay dos lugares en su convento.

«Con mi madre, montados en burro, vamos a la Basella de Urgnano donde se encuentra la casa de los Padres Pasionistas. Un frío terrible... la nieve cubría todo. Me reúno con el director. Cuando se entera de que había estado con los dominicos empieza a rascarse la cabeza. Va de nuevo, me digo, éste tampoco me va a aceptar. Pero no fue así, y entré al convento el 26 de diciembre de 1927».

Es el segundo inicio de su vida. Y la familia, ¿qué opina? «Éramos siete hermanos, dos varones y cinco niñas, tres de las cuales se convirtieron en monjas. Mi papá siempre decía: “Yo seguí mi vocación, ustedes sigan la suya”». Después de estudiar en la Basella, en Caravate (Varese) y en Cameri (Novara), Mariano fue ordenado sacerdote el 23 de diciembre de 1939.

Cuando era un joven sacerdote, su experiencia más significativa fue en Molare (en provincia de Alessandria) donde se desempeñó como párroco durante 9 años en el santuario de Nuestra Señora de las Rocas. «Mi predecesor a menudo lloraba, sufría al ver a los fieles que no seguían a la letra las enseñanzas de la Iglesia. En cambio, yo siempre me río. Cuando informé a los fieles que me iba a ir de misión, no querían que me fuera».

Ambrosini inicialmente quiere ir a África. «Pero al enterarme, leyendo revistas, que había animales feroces como tigres y leones, cambié de opinión. Me daban miedo. Así que acepté ir a la Ciudad de México para enseñar en un pequeño monasterio pasionista». Al escucharlo, empiezo a mirar fijamente su hábito negro con el símbolo a la altura del corazón. «Estás viendo aquí?».

Padre Mariano señala con su dedo índice derecho el emblema que lleva en el pecho. «Es el símbolo de la congregación. Dice Jesu Xpi Passio que significa Pasión de Jesucristo. Nosotros los Pasionistas tenemos que cumplir, además de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, un cuarto voto que apoya la propagación de la devoción a la Pasión».

Pero volvamos a la llegada a México. «¿Sabe usted que no entré al país como sacerdote? No se podía. Había persecución religiosa. Es por esto que me presenté como apicultor y eso que nunca he visto una colmena en mi vida... Fuera del monasterio teníamos que vestirnos con ropa de civil. Afortunadamente, hoy hay más tolerancia». ¿Y el idioma? «Sabía decir 2 palabras y me había llevado una gramática para estudiar. Después de tres días desapareció. Alguien me señaló unos jirones de papel en una esquina: el perro se la había comido. Así que aprendí el español escuchándolo».

El impacto es positivo. «Los mexicanos me aceptaron de inmediato. Y hoy estoy a gusto con ellos, por eso nunca he querido regresar a Italia definitivamente. Y además ahí estoy activo, mientras que aquí en Italia me encerrarían en un hogar para ancianos...». 98 años que no se sienten. «Me siento “chilango”, así le dicen a los que viven en la Ciudad de México».

Pero México también significa pobreza y condiciones de vida complicadas. «El gran problema es el alcoholismo. La gente bebe tequila y se emborracha para olvidar los problemas. Todos los días 3 ó 4 personas me buscan para hacer un voto de no tomar durante un año». Ellos mantienen su palabra? «Por supuesto. Le temen a Dios, piensan que si fallan serán castigados. Es el mismo motivo por el que nunca he oído en confesión a un mexicano pedir perdón por haber blasfemado».

Ambrosini explica que se trata de un aspecto de la «religiosidad popular». «Es la devoción a las cosas simples. Por ejemplo, el 2 de febrero es la fiesta de la Candelaria, se celebra la presentación de Jesús en el Templo. Llegan a la iglesia con pequeños Cristos de yeso vestidos de forma muy extraña. Cada año, cosen prendas nuevas y todo el mundo quiere ser bendecido. Pero quieren ser físicamente mojados ... A veces se necesitaría una cubeta ... para la bendición de los coches tenemos que rociar agua incluso en la cajuela».

Es impresionante cuando nos cuenta acerca de su trabajo como capellán en un hospital de la Ciudad de México. «Al principio, me dedicaba sólo a la sala de maternidad, pero luego mi campo de acción se expandió. Creo haber bautizado al menos 30 mil niños y podrían haber sido mucho más si las normas de la Iglesia fueran diferentes (hay un límite de 75 años). Algunos todavía regresan a verme».

Su rostro se ilumina con otra sonrisa contagiosa. Una última pregunta: ¿cuál es el secreto para llegar a su edad así? Mariano se ríe: «La oración y... ¡tratar siempre de ser felices!».

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(matteo magri / corriere .it / puntodincontro.mx / adaptación y traducción al español de massimo barzizza)