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22 de septiembre de 2014 - Pocos acontecimientos del Resurgimiento italiano se han eliminado, o tergiversado, como la masacre de Turín del 21 y 22 de septiembre de 1864, que inevitablemente —para los que conocen la historia reciente de México— trae a la memoria los eventos del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.

Incluso aquellos que han oído mencionarla, y son pocos, tienden a creer que hace 150 años, en la actual capital de Piamonte, estallaron violentos disturbios en protesta por el traslado de la capital a Florencia, pero la historia real de los hechos, como se desprende de los trabajos de las comisiones de investigación, es bastante diferente a una simple protesta en contra de Florencia como capital.

Hoy en día la documentación de la época está disponible gratuitamente en el sitio web www.Torino1864.it,  una evidencia tangible de cómo el Internet puede representar un extraordinario progreso cultural y cívico.

Lo primero que llama la atención es que la población de Turín no protestó contra el traslado de la capital, aunque esto significaba, como ya había sucedido en Nápoles y, en menor medida, en otras ciudades italianas, la pérdida de ministerios y embajadas, de la corte, de grandes cantidades de dinero público y de ser el centro de la atención nacional, sin menospreciar la previsible emigración de una décima parte de la población.

Todos sabían que Turín no permanecería mucho tiempo como capital, ya que este papel era obvio que tenía que ser trasladado a Roma. En las publicaciones de aquellos años se lee ya claramente la profecía según la cual Turín estaba destinada a cambiar de rol y convertirse en una gran metrópoli industrial, la «Lyon de Italia».

Pero Roma no se podía tocar, porque ahí seguía reinando el Papa-Rey, bajo la protección de Napoleón III. Francia quería garantías y el gobierno del primer ministro Minghetti decidió que, con el fin de otorgarlas, Italia trasladaría la capital de Turín a Florencia.

Florencia —que, por cierto, era la ciudad del Ministro del Interior, Peruzzi— para los italianos podría tener un valor simbólico no inferior al de Roma y, una vez enfrentado el enorme gasto de la transferencia, se quería dejar claro a los franceses que no se volvería a llevar el tema a la mesa por un buen rato.

Y así, en septiembre de 1864, el gobierno de Minghetti firmó un acuerdo con Francia que supuestamente debía permanecer secreto, pero que —no hay que olvidar que estos hechos tuvieron lugar en la Italia— fue revelado de inmediato.

En Turín, un público altamente politizado se convenció de que con ese acuerdo el gobierno había prometido a Napoleón III renunciar para siempre a Roma, y se indignó. En la noche del 20 de septiembre, la ciudad estaba llena de manifestaciones y mítines improvisados​​; el grito era «¡La capital a Roma!». Al día siguiente, el 21 de septiembre, una multitud se congregó frente al ayuntamiento, al grito de «Roma o Turín» y quemando el periódico filo gubernamental Gazzetta di Torino (Gaceta de Turín), que se había pronunciado a favor del traslado a Florencia.

Luego, un centenar de alborotados —«en su mayoría pandilleros», según la investigación parlamentaria— se trasladó a la Plaza de San Carlos, donde se encontraba la imprenta del periódico, al grito de «¡Abajo los periódicos vendidos!». La policía salió de su cuartel, que se encontraba entonces precisamente en esa plaza, y «asaltó» (es el término utilizado en la investigación del municipio) a los manifestantes con sables, arrestó muchos de ellos y los arrastró mientras seguía golpeándolos con extrema violencia, según el testimonio de un estupefacto ingeniero inglés que había presenciado los acontecimientos.

Turín, una foto reciente de la Plaza de San Carlos.

Por la noche, una gran multitud se reunió en la Vía Nuova (la actual Vía Roma), para pedir la liberación de los detenidos al grito de «¡Abajo el Ministerio!», «¡Viva Garibaldi!» y «¡Muerte a Napoleón!» Entre la multitud se habían infiltrado agentes vestidos de civil, en su mayoría ex policías del gobierno borbónico traídos de Nápoles, incitando a la violencia. El Secretario de Gobernación Peruzzi ordenó que se desplegaran frente a la sede del Ministerio en la Plaza del Castillo (Piazza Castello) dos escuadrones de estudiantes de la academia de Carabineros, todos jóvenes y sin experiencia.

Según el informe del ayuntamiento «los cadetes Carabineros, en palabras de varias personas presentes, tenían una actitud muy provocativa, que no prometía nada bueno». Cuando la multitud llegó a la plaza, los cadetes abrieron fuego contra los estudiantes sin preaviso, y siguieron disparando contra la gente que huía, provocando la muerte de doce personas y decenas de heridos, incluyendo individuos que estaban sentados tomando café.

Durante la noche el gobierno entró en pánico, convencido de que la guerra civil era inminente y la monarquía estaba en peligro. Llegaron a la ciudad 20 mil soldados, se cerraron periódicos y circularon boletines con información falsa, acusando a los habitantes de haber desatado la revolución. Al día siguiente, 22 de septiembre, Turín estaba en estado de sitio «como si estuviéramos en Varsovia», dicen las crónicas, pero la gente estaba en el trabajo.

Sólo por la noche, después del cierre de tiendas y talleres, la multitud acudió nuevamente a la plaza de San Carlos. Los soldados mantenían el orden y sin dificultad, pero de repente los cadetes Carabineros salieron de la comisaría y abrieron fuego indiscriminadamente. El tiroteo también alcanzó a las tropas desplegadas en la plaza, que registraron cuatro muertos y varios heridos, entre ellos el coronel del 17° Regimiento. Los Carabineros persiguieron a los personas que huían, asesinando a algunos muchachos a tiros de revólver. Muchas personas se salvaron corriendo hacia los soldados, que los dejaron pasar sin disparar.

En total esas dos noches de represión ordenada por el gobierno para dar el ejemplo dejaron 55 muertos y 133 heridos graves. El más joven de las víctimas fue un empleado de una imprenta, de 15 años; el mayor un vidriero de 75. Los demás, casi todos menores de treinta años, eran zapateros, carpinteros, albañiles, trabajadores ferroviarios y panaderos. El 28 de septiembre el gobierno de Minghetti tuvo que dejar el poder y fue inmediatamente identificado como «el ministerio del asesinato» en algunos folletos publicados en Lugano, Suiza.

Antes de las dimisiones, el gobierno tuvo tiempo de enviar al mundo un comunicado en el que declaraba que la turba armada había atacado a los soldados, que se habían visto obligados a defenderse, y toda la prensa italiana estigmatizó el egoísmo de los habitantes de Turín, tan antipatrióticos que no querían renunciar a ser capital.

La comisión parlamentaria de investigación acumuló tal cantidad de evidencias en contra de Minghetti y Peruzzi que un juicio parecía inevitable, pero la Cámara, a propuesta de Ricasoli, votó en contra de la continuación de la investigación. La justicia militar también envió a 58 Carabineros a juicio, pero todos fueron absueltos.

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(alessandro barbero / lastampa.it / puntodincontro.mx / adaptación y traducción al español de massimo barzizza)