|
21 gennaio 2012 - Quando nel 2020, o giù di lì, ci domanderemo in quale
angolo del solaio sia finita quella scatola polverosa con le vecchie
fotografie dei nostri figli quando erano piccoli capiremo in un baleno cosa
rappresenti la bancarotta della Eastman Kodak Company: è la fine della
società del «ricordo » dell’intero XX Secolo. Grandi avvenimenti e piccole e
intime storie.
Era già nei fatti. La memoria digitale ha preso il sopravvento da anni nelle
nostre abitudini, prima con discrezione poi a gomitate. La fotografia è
ormai un oggetto intangibile trasformato in sequenze di 0 e 1. Su Internet
un’immagine può fare il giro del mondo in frazioni di un secondo. Google e
Facebook sono i nuovi incontrollabili e preoccupanti raccoglitori della
nostra esistenza. Mentre un’applicazione per iPad, Instagram — dove le
fotografie istantanee hanno preso il posto delle 140 battute di testo—
secondo alcuni è il Twitter del futuro. E ci appare normale. La macchina
fotografica, poi, è altro da tempo: uno smartphone o un tablet, sempre più
di frequente. Ma la richiesta del Chapter 11 da parte della società
americana — simile alla nostra amministrazione controllata, un tentativo per
salvare il salvabile—diventa involontariamente l’istantanea di questo
passaggio epocale. Addio alle pellicole e ai rullini. Alle immagini con le
impronte digitali sopra.
Pubblicità del 1930.
È uno choc generazionale, come una rielaborazione collettiva del lutto: chi
sopra una certa età non ripensa con malinconia in questo momento a immagini
iconiche Kodak come quelle delle due guerre mondiali o più semplicemente
alla vecchia carta fotografica con la storia della propria famiglia? «Vuole
carta Kodak o le "altre"?» era la frase canonica. Chi aveva la possibilità
sceglieva la prima, perché su carta Kodak era per sempre.
Alla fine, contrappasso sempre più diffuso, la società più innovativa nel
suo campo è stata inghiottita dalla propria stessa capacità di innovazione.
«Voi premete il pulsante, noi facciamo il resto» era lo slogan del fondatore
George Eastman. La sua intuizione del 1888 (4 anni prima della fondazione),
rendere accessibile a tutti la fotocamera, alla fine si è realizzata in
pieno. Chiunque oggi preme un tasto su un oggetto tascabile e fotografa.
Solo che il resto, quello che voleva fare Eastman, lo fa un microprocessore
e una memoria usb da pochi euro assemblati in Cina. I nemici della Kodak
sono stati tanti: società come la Sony negli anni Ottanta. La legge di Moore
che rappresenta la velocità con cui la tecnologia si è lanciata negli ultimi
30-40 anni in una corsa sfrenata. Ma, a ben «fotografare», il peggior nemico
della Kodak, alla fine, siamo stati noi. Il cambio, addirittura genetico per
i nativi digitali, di abitudini.
La comodità di percorsi complessi—acquistare
dei rullini, caricare la macchina fotografica, portare quei rullini da uno
sviluppatore e andarli a ritirare — spremuti in un unico click. La velocità
ha risucchiato in un buco nero l’emozione di quel gesto con cui ci godevamo
quelle poche immagini all’uscita dei negozi dei «fotografi», praticamente
estinti. Acquistare un rullino voleva dire partire per le vacanze. Portarlo
a sviluppare era un rituale, la fine vera del viaggio. È la metafora della
modernità: la democratizzazione di fatto della quantità più che della
qualità. In teoria abbiamo tutti strumenti molto potenti e accessibili ma
alla fine facciamo un sacco di foto inutili che lasciamo in disordine su
computer, memorie tascabili, tablet e cellulari spesso perdendone le tracce
(e questo è un problema serio che stiamo iniziando solo ora a metabolizzare).
Meglio e peggio. Rivoluzionario e disastroso allo stesso tempo. «Se non sei
pronto a cannibalizzarti lo farà qualcun altro» ha commentato Mark Zupan,
rettore dell’Università di Rochester, la città da dove partì Eastman. La
realtà è più crudele. Il peso dell’analogico non sembra potere nulla nel
2012 contro la leggerezza del digitale. La strada è senza ritorno. Se ne va
il ricordo di carta. Speriamo non la memoria.
(massimo sideri / corriere.it / puntodincontro)
***
21 de enero de 2012 - Cuando, aproximadamente en 2020, nos preguntaremos
en qué esquina de la azotea se encuentra esa caja llena de polvo con las
fotos antiguas de nuestros hijos cuando eran pequeños, entenderemos de
repente lo que representa la quiebra de la Compañía Eastman Kodak: es el
final de la empresa "de la memoria" de todo el siglo XX. Grandes eventos así
como pequeñas historias íntimas.
Era inevitable. La memoria digital desde hace muchos años se ha
infiltrado en nuestros hábitos, primero discretamente, luego a codazos. La
fotografía ya se ha transformado en un objeto intangible, secuencias de 0's
y 1's. Una imagen en Internet puede dar la vuelta al mundo en fracciones de
segundo.
Google y Facebook son los nuevos incontrolables y preocupantes
recolectores de nuestra existencia. Y al mismo tiempo va ganando terreno una
aplicación para iPad, Instagram, donde las fotos instantáneas han tomado el
lugar de los 140 caracteres de texto. Algunos dicen que es el Twitter del
futuro. Y nos parece normal.
La cámara, además, ya se ha vuelto un objeto del pasado: ha sido
substituida, cada vez más frecuentemente, por smartphones y tablets. Sin
embargo, la petición del Capítulo 11 por parte de la empresa norteamericana
—un concepto jurídico similar a la administración controlada en Italia o al
concurso mercantil en México, o sea, un intento para salvar lo que queda—
sin querer se convirtió en la imagen instantánea de esta transición
histórica. Adiós a los rollos fotográficos, a las imágenes llenas de huellas
digitales. Es un impacto generacional, una reelaboración colectiva del
duelo: ¿Quién —más allá de cierta edad— no recuerda con melancolía en este
momento las imágenes icónicas de Kodak, como las de las dos guerras
mundiales o, simplemente, el viejo papel fotográfico con la historia de la
familia? "¿Quiere papel Kodak o de los otros?". Era la frase acostumbrada.
Los que tenían la posibilidad elegían el primero, porque en el papel Kodak
las imágenes eran para siempre.
Al final, una paradoja cada vez más frecuente, la empresa más innovadora
en su campo ha sido devorada por su propia capacidad para innovar. "Usted
aprieten el botón, nosotros hacemos lo demás" fue el lema de su fundador,
George Eastman.
Su intuición en 1888 (cuatro años antes de la fundación), poner las
cámaras a disposición de todos, se convirtió finalmente en realidad. Hoy en
día, cualquiera puede presionar el botón de un objeto de bolsillo y tomar
una foto. Sólo que "lo demás", lo que quería hacer Eastman, lo hacen un
microprocesador y una memoria USB que cuestan pocos euros y fueron
ensamblados en China.
Los enemigos de Kodak han sido muchos: empresas como Sony en los años
ochenta. La Ley de Moore, que representa la velocidad a la que la tecnología
ha llevado a cabo en los últimos 30-40 años una carrera salvaje. Pero, en el
fondo, el peor enemigo de Kodak, al final, hemos sido nosotros y nuestro
cambio de hábitos, que llega a ser genético para los que ya han nacido en la
era digital.
La conveniencia de poder comprimir en un clic una compleja serie de
acciones: instalar el rollo en la cámara, llevarlo a una tienda
especializada e irlo a recoger. La velocidad absorbió en un agujero negro la
emoción de ese gesto con el que llegamos a disfrutar esas pocas imágenes a
la salida de las tiendas de fotografía, que ya casi se han extinguido.
Comprar un rollo fotográfico significaba salir para las vacaciones.
Llevarlo a revelar era un ritual, el verdadero final del viaje. Es la
metáfora de la modernidad: la democratización de la cantidad, más que de la
calidad. Supuestamente, todos tenemos herramientas muy poderosas y
accesibles, pero al final sacamos un montón de fotos innecesarias e inútiles
que dejamos desordenadas en nuestras computadoras, memorias usb, tablets y
celulares, a menudo perdiéndoles la pista (y este es un problema grave que
sólo ahora estamos empezando a analizar).
Mejor y peor. Revolucionario y desastroso, al mismo tiempo. "Si no estás
listo para canibalizarte, alguien más lo hará", dijo Mark Zupan, rector de
la Universidad de Rochester, la ciudad donde salió Eastman. La realidad es
más cruel. El peso de lo analógico parece ser totalmente inútil en 2012
contra de la agilidad de la era digital. El camino es sin retorno. Se está
yendo el papel. Esperemos que no se vaya la memoria.
(massimo sideri / corriere.it / puntodincontro) |
|
|
|
|
|
|
|